En los años 65 y 67 Caja Extremadura daba a los hijos de los emigrantes, unas vacaciones pagadas para estar en una finca de grandes pabellones y jardines, muy cerquita de Hervás, Cáceres.
Nos lo pasábamos pipa, aunque las monjas eran rígidas y bastante intransigentes. Jugábamos todo el día unas con otras, todas uniformadas con aquellos babis, cuyo cinturón a mí, siempre se me rompía en los columpios. Había algo que luego Miri repetiría en su conducta: todas las raras, miedosas, torpes o que andaban apartadas del resto, eran mis amigas.
Salir del pueblo, era fantástico para mí.
He vuelto al lugar hace dos años. Lo han convertido en un balneario de lujo. Pero los eucaliptus, la vieja capilla, los rincones secretos, el río prohibido…están tal cual.