La matanza era todo un acontecimiento que cuando comenzaba diciembre se comenzaba a preparar: pelar ajos y calabazas, comprar tripas y ponerlas en sal, preparar el pimentón y el orégano…
El día de la matanza se comenzaba el trabajo a las cinco de la mañana, nada más aparecían las primeras luces. Se hacía un gran fuego y se iba a por “los guarros” que habían sido cebados todo el año.
Después de matarlos, se los pelaba con escobas para chamuscar los pelos y se los raspaba con cuchillos hasta que quedaban blancos totales. Después se los deshacía en partes, los jamones por un lado, las paletillas y todo lo que se podía apañar para chorizos, los tocinos para salarlos, la sangre para las morcillas, las costillas, las orejas y el morro, las patas, para el adobo y así hasta que todo desaparecía.
Mi parte, si estaba, era ayudar a picar la carne para los chorizos. Y para atarlos venían todas las mujeres amigas de la abuela que pudieran ayudar. También aparece en la foto, de soslayo, la recién estrenada mujer de mi tío Felipe que tenía sólo 18 años. Mi tío Quico y tía Victoria están atando y José Manuel, mi primo, se los lleva para colgar.
Las tareas eran tantas y tan laboriosas que todas las manos eran pocas.
Así hasta terminar fregando las artesas con agua bien caliente, cuando ya oscurecía.
Lo peor, era el frio que se pasaba en la calle y cómo terminabas de pringada de todo.
Esta foto está hecha en “el rincón” donde vivía la abuela.