Las carreteras, desde Tánger, hasta Chauen, son un mondo en sí mismas. A sus lados, sucede la vida real de estos lugares: se acampa, esperando a unos amigos que llegarán para a saber qué trato, se espera a la sombra de cualquier arbolillo, intentando vender unos litros de aceite, se hace té bajo un toldo, para que los viajeros descansen y se repongan a cambio de un Dijar. Se espera con bultos de todos los colores y formas, hasta que el próximo transporte local tenga plaza para ellos…
Se vende agua bajo un sol tórrido, traída de a saber qué fuente o desde qué distancia. Todo es posible y sucede en los bordes de las carreteras por las montañas del Rif.
Después de adelantamientos a furgonetas con las vacas abarrotadas hasta lo imposible, de viejos Mercedes llenos de demasiados pasajeros, de camiones renqueantes que prácticamente no se veían bajo el volumen de sus cargas, de paradas infinitas por que adelantar es prácticamente imposible, llegamos a Chauen.
Antes de ver las calles, las gentes, las plazas, los mercados; antes de apreciar el bullicio o la vida caminando; te encuentras con el azul. Ese color de todos los matices, que llena las paredes, las aceras, los cercos de las puertas, los barreños en las manos ágiles de las mujeres.
Después, te encuentras con las calma que tiene el lugar. El ritmo de la vida, aquí, late más lento. El sol que se cuela por las calles, invita a frenar el paso y el latir, para que nada se escape al sentir del corazón y tenga tiempo de ir impregnándose en la piel del viajero.
Luego, las calles. Los diversos y armónicos tonos del color. los contrastes en los que nada desentona siendo tan distinto.
Comienzas a darte cuenta, de que este pueblo está esculpido, late, con tan ricos matices, que producen postales vivas.
En la plaza principal, sigue la magia en cada una de sus esquinas. Todo asombra al viajero, más incluso que al niño que nos observa.
Los bancos al sol, son testigos de las últimas conversaciones antes de seguir el camino a casa. Es la hora de la reflexión sobre lo vivido durante el día. De compartir lo sentido en la mezquita, de comentar las lecturas, o de simplemente disfrutar de la amistad que aumenta con los años.
Por la mañana, el día del mercado, es principalmente para la mujer. La que ha bajado de las pequeñas casas diseminadas por los campos, la que se viste alegre, esperando encontrar a la amiga o la hermana, la que se permite hoy, escoger qué comprar para la comida o las necesidades de su familia. pero sobre todo, es el día en que la mujer disfruta de compartir, charlar, abrazar y manifestar sus pesares o alegrías con otras mujeres.
Y él. Señor antiguo sereno, amable pero firme. El respetado por años, el que ofrece sus mejores productos, el que espera para que sus clientes vuelvan, atraídos, como cada semana, por su buen hacer.
Por las tarde, después de la visita a los amigos, después de las compras, después del tiempo ganado con los amigos, la mujer del campo, con sus peculiares colores y modos, regresa ates de que los últimos rayos del sol se pongan. Ella, conoce el tiempo, conoce los caminos, conoce el aire y los sonidos, es la dueña de sus quehaceres y cuando tienes la suerte la mirarla a los ojos y coger sus manos, sin palabras te cuenta en instantes, todos sus años vividos. Que amor sencillo, sin enredos, que amor y cuantos matices, te da con su sonrisa y su mirada tan limpia. Que suerte de mujer.
La tradición no se pierde, sigue vida en Chauen. El ayer y el hoy tienen la misma estampa .Aunque, bajo el hiyab (cada vez más excasos) y bajo la chilaba, las formas de vestir, son europeas, con pantalones ajustados, vestidos a la moda, joyas y maquillaje normal. La mujer se está abriendo paso, poco a poco y se debate entre el pasado y el presente, consiguiendo paso a paso, avanzar.
Me asombra, para bien, observar como las personas mayores vuelven a su infancia, con los secretitos contados de cara a la pared cómplice, con risas bajas, que se escapan entre las palabras, con complicidad de niñas. ¡Que hermosas escenas con regala la vida!
Las calles, algunos días están de descanso. Invitan al descanso. Se para el murmullo. Se paran los pasos y las palabras. Sólo se ofrecen para que tu mente las guarde en el cofre de los buenos recuerdos, de los buenos sabores, de las buenas experiencias. La retina se abre al máximo para guardarlas y aún con los ojos cerrados, mucho tiempo después, siguen frescas en la memoria de la vivido. Que bueno es llevarlas en el corazón, con todas sus formas, con todas sus historias, con su sabor a té con menta. Con sus sabores a especias en tajines de verduras y cuscús.
Volveremos. Siempre volveremos.
4 Comments
Maravilloso, no encuentro otras palabras para describir tanta belleza.
que relajante es el azul celeste una maravilla de fotos.
Blogger Mari Carmen dijo…
Celeste, espero que ya estés bien. Yo aún ando arrastrando la gripe pero ya vamos saliendo a flote otra vez 🙂 Deseo que tengas una buena salida de año y que el 2010 venga cargadito de cosas buenas para ti y los tuyos.
Un abrazo 🙂
La foto es preciosa.
26 de diciembre de 2009, 12:40 Eliminar
Blogger gonzalo dijo…
Hay ciudaddes que aman tus ojos.
16 de enero de 2010, 18:57 Eliminar
Anónimo Pilar dijo…
Xaouen?
Un abrazo azulceleste con aire, tierra y mar.
9 de mayo de 2010, 14:34 Eliminar
Blogger Celeste dijo…
Si, Xaouen, ese lugar tan especial que te cuesta marcharte.
A ver si me pongo a ello…
Un abrazo grandote, grandote.
6 de junio de 2010, 12:46 Eliminar
Blogger El Navegante dijo…
Espero llegue hasta tí, mi recuerdo, mi admiración, y mi retribución a tu saludo de fines del 2009, mi barco ya no está agil como antes pero el capitàn nunca te olvida.
Feliz 2011 mi querida Amiga !!!
Qué belleza de fotos!!!! Qué colores, qué luz!!!!Son impresionantes!!!!??????