Desde que nacemos estamos aprendiendo. Primero las cosas más elementales y urgentes, alimentarnos, conocer a quien nos cuida, ver lo que nos rodea, reconocer los sonidos…
Luego al seguir «creciendo» descubrimos la amistad, el amor, el valor, el temor, la esperanza, la alegría…
Y nuestro ser se va alimentando de experiencias aprendidas o vividas, sacando con ellas, sus propias conclusiones. Se forma nuestro carácter, vamos enfrentándonos a nuestra energía, a veces demasiado intensa, otras demasiado apagada…aprendemos a manejarla, buscamos un equilibrio.
Nos curtimos como personas, crecemos como seres humanos, en valores y premisas de lo que consideramos bien o mal. Y somos la sumo de todo eso. Lo que más nos marca, implantándose en nosotros como un paso decisivo en nuestros sentimientos y modos futuros de sentir y vivir son, nuestras vivencias. En el amor, en la amistad, en las luchas mantenidas con la vida, en la enfermedad, en la perdida de los seres queridos…
Cuando esto se vive sanamente, se antepone a todo lo demás, a todo lo que pensábamos que éramos antes, marcando un antes y un después en nosotros.
Pero estamos configurados de tal manera que todo pasa y casi nada queda en nosotros tal cual lo vivimos, se aleja con el tiempo, sale poco a poco de nuestro existir, se disipa, alejándose como bellas nubes o turbios nubarrones.
Este tiempo, en que sentimos que algo se está alejando de nosotros, es totalmente decisivo: si es algo que nos estaba aplastando, quitando vitalidad, llenando de tristeza, empequeñeciendo nuestro ser y nuestro sentir, alejándonos de la alegría y las ganas de continuar haciendo camino, esperemos con el corazón abierto a que termine de alejarse de nosotros, por mucho que haya supuesto el vivirlo. Si por el contrario, ha sido para crecer, para conocernos mejor, para descubrir lo grandes y hermosos que somos, para sentirnos más cerca de nuestra parte fuerte, divina, hermosa y valiente, si después de vivirlo somos MÁS. Guardémoslo en la parte más intima de nuestro corazón y procuremos cuidarlo para que nunca se aleje de nosotros. Usemos el conocimiento que nos da, para ser más sabios, más completos, más grandes, más humanos. Es la sabiduría que la vida nos regala en forma de perlas delicadas para que llevemos como parte de lo que somos al vivir.
Y cuando los demás te miren, te vivan, te sientan, no sabrán qué tienes, pero notarán que es bueno y que les gusta. Y cuando tú te mires, da gracias: eres más grande y más sabia, más bella, más valiosa: la vida es generosa contigo, cuida lo que eres, disfrútalo, no dejes que lo mancillen o se lo lleven, no permitas que se ensucie, defiéndelo…eres tú. No lo pierdas.