Aquel día nevaba, el cielo blanco como sábana extendida cubría el horizonte.
Pero abajo, el agua desbordada revestía el suelo de plata, flotando sobre la hierba.
Alguien, había puesto un enramado en el portillo abierto. Como cortando el paso a lo inevitable.
Era la estampa de la vida: Portillos abiertos, a los que ponemos ramitas, intentando que las cosas no nos desborden.